El restaurante Miramar constaba originalmente de tres grandes espacios, la terraza exterior, de mobiliario desenfadado, iluminada por farolillos y adornada con guirnaldas que ofrecía al visitante un servicio esmerado con un mobiliario básico de sillas de enea y mesas con manteles de cuadros y que permitía disfrutar de la brisa marina y de una espectacular vista sobre la ciudad y el mar.
Lo que ahora es el lobby del hotel, durante esos años fue el salón principal de la planta baja, a resguardo de las inclemencias del tiempo, estaba decorado por lámparas de araña y cristales tallados. Las mesas se adornaban con una porcelana y cubertería más fina. Aquí, los comensales podían disfrutar de las vistas gracias a unos enormes ventanales que daban al jardín.
Finalmente, a través de unas escaleras interiores se podía acceder a la primera planta, adornada de elegantes serigrafías, menos mesas, el mobiliario más sofisticado y una gran lámpara central iluminaba la estancia al atardecer. Las ventanas, a diferencia de las del piso inferior, tenían forma de arcos y estaban construidas de finas maderas procedentes de oriente.
El gran restaurante sobreviviría varias décadas a la inauguración de la feria de 1929 organizándose allí numerosos banquetes y almuerzos de empresarios, gremios, parlamentarios y políticos de diversos partidos. Las visitas de personalidades al parque, monumentos y a la montaña, terminaban en numerosas ocasiones en protocolarios almuerzos en el restaurante.